viernes, 30 de septiembre de 2016

San Juan de Ortega

Como cada medio año en la iglesia de San Juan de Ortega se produce un hecho singular, el ultimo rayo de sol antes del ocaso entra por un ventanuco e incide sobre un capitel donde destaca la imagen de la Virgen.


Portada de la iglesia

 No es un hecho casual que en ambos equinoccios, cuando día y  noche alcanzan la igualdad, el sol incida de la misma manera  y a la misma hora sobre un capitel en particular, lo cual nos indica que los constructores de este santuario tenían unos conocimientos astronómicos muy avanzados para la época, pues se trata de una iglesia románica.
Su construcción se la debemos a Juan de Ortega, burgalés de Quintanaortuño, viajero infatigable, peregrinó a Jerusalén y a Compostela, conoció a Domingo de la Calzada y juntos decidieron permanecer al servicio de los peregrinos como constructores de puentes.

Abside
El de Quintanaortuño se retiró como ermitaño a estos apartados lugares, donde fundó el santuario para dar amparo a los peregrinos que cruzaban los peligrosos Montes de Oca y protegerlos de bandidos y animales salvajes (lobos y osos campaban por estos montes a su antojo).

Detalle del capitel a media tarde
El capitel nos muestra una imagen de la Anunciación, donde la virgen se encuentra en el tercio izquierda de la imagen.

Capitel iluminado

Un poco después de las siete de la tarde, hora oficial, llega el momento mágico y esta es la estampa que se disfruta por unos minutos. ¡Una maravilla!
La Virgen mira directamente a  la luz con las manos levantadas y una sonrisa enigmática.
 Y rizando el rizo, los mas duchos en el tema dicen que desde el equinoccio de Primavera, veintiuno de marzo,  hasta Navidad  pasan aproximadamente nueve meses, el tiempo de un embarazo.
La hora solar para ver el evento es a las cinco, pero en este momento tenemos dos horas más y en primavera solamente una. Con los cambios de hora no es difícil liarse.
Merece la pena acercarse a este precioso lugar apartado del mundanal ruido, donde los peregrinos disfrutan  de momentos de paz tras una larga jornada y aunque la visita no coincida con los equinoccios, el lugar nunca defrauda.

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