jueves, 18 de mayo de 2017

San Frutos del Duratón



El conjunto en ruinas del monasterio  de San Frutos se encuentra situado en un paraje de gran belleza natural y ubicado en una península  sobre un profundo meandro del río Duratón. De todo el complejo monástico solamente queda en pie la iglesia.



Un poco de historia.
El monasterio de san Frutos del Duratón fue donado en el 1076 por Alfonso VI al monasterio de Santo Domingo de Silos y se convirtió desde entonces en cabeza del priorato benedictino del mismo nombre.
 La iglesia se construyó hacia el año de 1100 de puro estilo románico.Consta en una inscripción en uno de los contrafuertes del lado de la Epístola que las obras las dirigió  el maestro Miguel, monje benedictino de Silos y se realizó la obra sobre otra visigótica del siglo VII.






Se accede al complejo religioso mediante un pequeño puente de piedra construido en 1757, que salva una grieta conocida como "la cuchillada". Según la tradición fue abierta por san Frutos con su bastón para detener a los sarracenos y proteger a los vecinos de Sepúlveda que pedían su ayuda. La grieta defendía el terreno sagrado que los infieles no podían pisar.



Vista desde el puente


Al pie del ábside se conservan varias tumbas antropomórficas datadas en la Alta Edad Media, que guardan estrecha relación con la reconquista de la zona por Fernán González en el siglo X y reutilizadas posteriormente por los monjes del priorato.






Su ubicación, al borde del acantilado, nos permite apreciar óptimamente el cañón que forma el río Duratón y el remanso que se crea con el embalse de la cercana presa de Burgomillodo.


















Pero no solamente la iglesia del priorato da luz  a este precioso lugar, la naturaleza también aporta su granito de arena.





Sabinas centenarias anclan sus raíces en las escarpadas laderas del cañón.





El color turquesa de las aguas embalsadas aportan un colorido excepcional a este precioso lugar.








Una magnifica colonia de buitres leonados hace de este magnifico enclave su casa y en las laderas más escarpadas asientas sus nidos.




Me llamó la atención la frenética actividad de esta colonia, no paraban quietos ni un instante, lo mismo ganaban altura hasta casi perderles de vista, como pasaban sobre nuestras cabezas en el momento de aproximación a los nidos. Parecían vencejos en busca de insectos. Al pasar tan cerca de nosotros oíamos con claridad el sonido particular de su vuelo que no es demasiado silencioso.
Pasamos una tarde magnifica en un entorno, como he tratado de describir, majestuoso.